Article more suitable for mature students
Find out more3rd Jun 2018
Mexicolore contributor Javier Urcid
Le estamos sinceramente agradecidos a Javier Urcid, Profesor de Antropología, Universidad de Brandeis, Massachusetts (EEUU) por este artículo intrigante sobre el concepto de la rueda en Mesoamérica. Esta es una versión extendida del original que fue publicado en Arqueología Mexicana (Sep-Oct 2017).
En círculos de especialistas y no especialistas persiste la pregunta de porqué no se inventó la rueda en Mesoamérica, una pregunta que implícitamente presupone dos ideas perniciosas: 1) que los cambios tecnológicos son parte de un desarrollo incremental y unilineal del intelecto humano desligado de un contexto social, político y económico, y 2) que el concepto que subyace al uso de la rueda sólo es aplicable a tecnologías de transporte mecanizadas o motorizadas. De ahí que la ausencia de medios de acarreo rodantes en la época prehispánica se use para comparar en forma paternalista los logros de diversas civilizaciones, perpetuando así una perspectiva occidental y colonialista en el estudio de las antiguas culturas Mesoamericanas.
En una publicación seminal encabezada por Alfonso Caso , y con contribuciones de Matthew Stirling, Samuel Lothrop, Eric Thompson, José García Payón y Gordon Ekholm titulada ¿Conocieron la Rueda los Indígenas Mesoamericanos? (1946), Caso argumenta cómo el concepto del movimiento giratorio tiene, además de su implementación en tecnologías de transporte, aplicaciones variadas como la del malacate para torcer el hilo (foto 2), el fondo cóncavo como base para manufacturar manualmente recipientes de cerámica (foto 5), troncos de madera para deslizar enormes bloques de piedra u otros objetos pesados, y los posibles rodillos de piedra caliza que aparentemente se usaron como aplanadores y niveladores en la construcción de caminos en ciertos lugares de la península de Yucatán. A ello, se puede sumar la impresión mediante sellos cilíndricos (de Borhegyi 1970) (foto 4) y el uso del taladro (para hacer fuego, ahuecar vasijas pétreas, horadar ornamentos de diversos materiales, o para realizar trepanaciones) (foto 6).
En esa misma publicación, Caso y sus colegas igualmente destacaron los pocos ejemplos conocidos en ese entonces de figurillas y silbatos de barro representando diversos animales que se habían encontrado junto con pequeños discos cerámicos con una perforación al centro. Caso, Stirling y Ekholm argumentaron convincentemente que esos ejemplos debieron ser originalmente objetos rodantes que tenían ejes de palo--la madera ya destruida con el tiempo--y cuatro ruedas (foto 3). Con base a las múltiples aplicaciones utilitarias del concepto del movimiento rotatorio y a la evidencia provista por las figurillas y silbatos rodantes, Caso y sus colegas concluyeron que la rueda fue un invento independiente en Mesoamérica, y que además de tener varios usos prácticos, tuvo otro de orden simbólico.
Salvo algunas excepciones (Hernández 1950, 1969; von Winning 1960; López Valdés 1966; Boggs 1973; Stocker et al. 1986; Diehl y Mandeville 1987), persiste desde entonces la idea de que las figurillas y los silbatos rodantes fueron juguetes. Esto a pesar de que--como lo observó atinadamente Hernández (1950: 39)--“el juguete casi siempre es una réplica de modelos a mayor proporción”, además de que los contextos de los pocos ejemplares con hallazgos documentados no parecen apoyar la idea (Stirling 1940, 1962; Diehl y Mandeville 1987). A su vez, la interpretación de que las figurillas y silbatos rodantes se concibieron y usaron como medios de enseñanza y entretenimiento infantil ha llevado a reflexionar sobre el caso de la rueda en Mesoamérica en forma limitada.
Varios autores se aferran a la idea de que las innovaciones culturales y tecnológicas sólo pueden tener un punto de origen en el tiempo y en el espacio, y adoptan el modelo difusionista para argumentar que el concepto de la rueda en Mesoamérica, aunque tuviese una aplicación simbólica, debió ser un préstamo del Medio Oriente o de Europa (pero antes del siglo XVI) (López Valdés 1966). Inclusive buena parte de la discusión sobre los objetos rodantes mesoamericanos se centra en determinar dónde se originó la innovación y cómo se difundió (Von Winning 1950).
Otros autores toman las innovaciones tecnológicas como un proceso teleológico. En el mismo diálogo encabezado por Caso, Stirling deja entrever una noción de la tecnología meramente centrada en la eficacia y el progreso. Dice así: No parece creíble que habiendo conocido durante cinco siglos el principio de la rueda a nadie se le ocurriera utilizarla de manera más general. Resulta más aceptable que no contando sino con la locomoción humana, y cohibidos por las limitaciones del terreno, no vieran de momento su valor como medio práctico de mejorar los transportes (Caso et al. 1946: 200). Igualmente, en un anuncio conjunto del Centro de Análisis Naval Norteamericano (en Virginia) y del Instituto Franklin (en Filadelfia) que buscaba profesionistas en física, matemáticas y economía, se profesó que “los indígenas precolombinos tuvieron juguetes con ruedas, pero no vehículos rodantes de carga. Incluso teniendo al hombre como principal fuerza de movilización, bien pudieron duplicar o triplicar la carga a transportar por lo que en ocasiones fueron excelentes caminos. Pero fracasaron en explotar su inventiva. Uno de nuestros objetivos es asegurar que los conceptos novedosos no se queden en la etapa del juguete sino que se utilicen de manera ventajosa para el transporte de carga (Anónimo 1963: i).”
En discusiones más recientes se ha comentado que “La tecnología del transporte fue muy simple. Aunque se tuvo el concepto de la rueda (evidente por los juguetes rodantes), éste no se aplicó al transporte debido a la falta de animales de tiro adecuados y la topografía tortuosa de las montañas. Por lo tanto, todo el transporte terrestre en el México antiguo se llevó a cabo mediante portadores humanos, mientras que el transporte acuático en canoas fue común tanto en los ríos como en las costas (Smith 1987: 239).
Semejantes miopías, las cuales aluden a una visión progresista, o a la falta de ingenio, o a la maximización como un valor intrínseco a todo el quehacer humano, tropiezan inmediatamente con múltiples obstáculos.
La falta de animales de arrastre no es necesariamente una limitante para aplicar el principio del movimiento rotatorio a la rueda, pues bien se pueden idear tecnologías de transporte rodante usando la fuerza humana (foto 8), y muchas regiones de Mesoamérica se caracterizan por formaciones geológicas planas y valles aluviales, y no sólo por paisajes montañosos. Inclusive los antiguos pobladores de la península de Yucatán construyeron calzadas y caminos planos delimitados por muros de piedra (sakbejo’ob) que a veces salvan desniveles de hasta dos metros y medio, tienen un ancho de hasta quince metros y conectan edificaciones dentro de una misma comunidad (los más cortos conocidos con una extensión de 150 metros), o enlazan a los centros monumentales de comunidades distantes (el más largo con una extensión de 100 kilómetros). Pero estas vías, además de materializar relaciones de poder, se usaron para el tránsito pedestre, incluyendo el movimiento de mercancías, procesiones y peregrinajes.
Más bien, y como bien dijo Hernández (1950:40), los antiguos habitantes de Mesoamérica no le dieron al concepto del movimiento giratorio una aplicación al transporte “simplemente porque no quisieron, en razón de conceptos atávicos muy dignos de ser tomados en cuenta.” En forma perspicaz, Hernández enfatiza el ethos indígena hacia el sacrificio y el ofrecimiento del esfuerzo físico a las deidades. Hoy día, en el pensamiento occidental, se valora la constante innovación tecnológica que conduce al consumismo, pero en otras culturas—antiguas y modernas—se le da mayor valor al conservadurismo. En la antigua Mesoamérica hubo múltiples innovaciones tecnológicas a través del tiempo (la metalurgia es un buen ejemplo), pero en otros ramos como la lítica lasqueada y tallada, dominó el tradicionalismo. En cuanto a las tecnologías del transporte, igualmente podemos mencionar el interés por el despliegue simbólico de rangos sociales. Así, el privilegio de los gobernantes, nobles, y hasta personificaciones materiales y humanas de deidades, se enfatizaba en contextos públicos mediante el acarreo en andas (foto 9). No es de extrañar que los primeros exploradores estadounidenses y europeos que no estaban dispuestos al esfuerzo físico durante sus expediciones contrataran la fuerza laboral indígena para acarrearlos en sillas, tipificando así la etapa colonialista en la historia temprana de la arqueología mesoamericana (foto 13).
El explicar porqué fue innecesario implementar el concepto del movimiento rotatorio en carretillas, carretas, o cualquier otro vehículo de tracción humana requiere igualmente considerar el contexto económico de las antiguas sociedades Mesoamericanas. Por un lado estaría el tipo de recursos y bienes a transportar, así como los costos elevados de construir y mantener a largo plazo la infraestructura necesaria para el transporte en ruedas (caminos llanos y puentes). Por otro lado estaba la disponibilidad y baratez de fuerza laboral humana institucionalizada en la esclavitud, el tributo en trabajo, e incluso la prestación personal en las faenas. A su vez, los tres factores antes mencionados condujeron al desarrollo de los elaborados armazones de madera que desde tiempos remotos y aún a mediados del siglo XX usaban los cargadores para transportar--manteniendo hábilmente el equilibrio—gran cantidad de mercancías (foto 10).
Podemos usar un ejemplo contemporáneo para ilustrar cómo, a pesar de que exista un conocimiento tecnológico específico, los costos elevados no permiten su implementación. Tal es el caso del transporte comercial aéreo supersónico y el eventual colapso del proyecto Concorde, la iniciativa conjunta de los gobiernos de Inglaterra y Francia que eventualmente llevó a la construcción de 20 aviones, incluyendo seis prototipos y naves de prueba, capaces de volar a 2,180 km por hora (foto 11). Aunque el proyecto se inició hacia 1954, los 14 aviones de pasajeros que operaron entre 1976 y el 2003 son ahora museos vivos y testigos mudos de las fuerzas económicas y políticas que los hicieron “aterrizar.”
Fuentes de imágenes:-
• Foto 1: foto de Ian Mursell/Mexicolore
• Foto 2 (arriba): imagen escudriñada de nuestra propia copia de Arte Indígena de México y Centro América por Miguel Covarrubias, Alfred A. Knopf, New York, 1957; foto 2 (abajo) foto cortesía de Elizabeth Brumfiel
• Foto 3 (provista por Javier Urcid): a) Silbato con forma de perro. Tres Zapotes, Veracruz; b) Silbato con forma de perro. Pavón, Pánuco, Veracruz; c) Silbato con forma de mono. Procedencia desconocida. Milwaukee Public Museum; d) Vasija con restos óseos de un niño acompañados de dos cajetes y tres silbatos con forma de jaguar. El Zapotal, Veracruz. Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz; e) Figurilla con forma de lagarto. Probablemente procede de Ignacio de la Llave, Veracruz, Museo del Indígena Americano.
• Foto 4: Foto tomada del catálogo en línea del Museo de Antropología de Xalapa (Sala 5, no. de cat. 00631).
• Foto 5 (foto de Javier Urcid): Mujer de San Marcos Tlapazola, Oaxaca, elaborando una vasija globular con un solo trozo de barro y utilizando una base de piedra con una depresión cóncava para rotar el recipiente en formación.
• Foto 6 (provista por Javier Urcid): El cráneo fragmentado del Entierro III-19 de Monte Albán, Oaxaca, que muestra a la derecha una lesión causada probablemente por una neoplasia. A la izquierda hay dos trepanaciones con barreno, la del extremo izquierdo anterior y completa. La de en medio fue posterior y quedó sin terminar probablemente debido a la muerte del paciente. La marca indica el uso de una broca hueca. Estas se cortaban de los huesos largos de mamíferos grandes (incluyendo humanos) y fijados al final de un taladro de arco. La broca de hueso ilustrada proviene de Brawhbel, Oaxaca. El taladro de arco Zuni que se muestra aquí fue utilizado a principios del siglo 20 para horadar placas de turquesa.
• Foto 7: Imagen del Códice Florentino escudriñada de nuestra propia copia del Club Internacional del Libro 3, Edición facsimilar, Madrid, 1994.
• Foto 8 (provista por Javier Urcid): a) Prisioneros jalando una carreta cargada con troncos. Friso en el Palacio Noroeste, Nimrud, Irak (865-860 a.C.); b) Caballo en ruedas como vehículo de ataque. Vasija cerámica (detalle) procedente de la isla de Mykonos, Mar Egeo (675-650 a.C.); c) Carretillero transportando a una persona en Calcuta, India (siglo XX); d) Cargador transportando carga en una carretilla con vela, China (siglo XX).
• Foto 9 (provista por Javier Urcid): a) Personaje en un palanquín (siglo II d.C.). Occidente de Mesoamérica. Museo del Condado de Los Ángeles; b) Un gobernante llamado 4 Señor en un palanquín (siglo II a.C.) grabado en el Monumento 21 de Izapa, Chiapas; c) Personaje en un palanquín (siglo VIII). Grafito, Edificio B, Río Bec, Campeche. d) Personaje en un palanquín (siglo VIII). Vasija policroma, Chama, Alta Verapaz, Guatemala. Museo de la Universidad de Filadelfia; e) Personaje en un palanquín (siglo VIII). Figurilla de cerámica. Probablemente procede de Jaina, Campeche.
• Foto 10 (provista por Javier Urcid): a) Armazón de carga con mercancía, (siglo VII). Mural, Edificio 2-sub, Cacaxtla, Tlaxcala; b) Mujer con un niño y un hombre que transportan mercancía, auxiliados con cinturón y mecapal en la cabeza (siglo IX). Vasija policroma, procedente del cenote principal, Chichén Itzá, Yucatán; c) Cargador de grandes vasijas de barro (siglo XX), Altos de Guatemala; d) armazón de carga con mercancía (siglo XX), Altos de Guatemala.
• Foto 11: provista por Javier Urcid
• Foto 12: Dibujo de Steve Radzi para Mexicolore
• Foto 13: Imagen tomada de Wikipedia [palanquín en forma de silla].
Bibliografía
• Anonónimo 1963 Tomorrow’s Navy: “Steaming at 200 Knots”? The Journal of the Operations Research Society of America, Vol. 11 (3): i
• Boggs, Stanley 1973 Salvadorian varieties of wheeled figurines. Institute of Maya Studies of the Museum of Science. Contributions to American Archaeology 1. Miami
• Caso, Alfonso, et al. 1946 ¿Conocieron la Rueda los Indígenas Mesoamericanos? Cuadernos Americanos, Año V (1): 193-207
• Borhegyi, Stephan F. 1970 Wheels and Man. Archaeology, Vol. 23 (1): 18-25
• Diehl, Richard A., and Margaret D. Mandeville 1987 Tula, and the wheeled animal effigies in Mesoamerica. Antiquity, Vol. 61 (232): 239-246
• Hernández, Francisco Javier 1950 El Juguete Popular en México: Estudio de Interpretación. Ediciones Mexicanas, vol. 10
• (Do.) 1969 Were there Toys in Pre-Hispanic Times? In El Juguete Mexicano, Artes de México, No. 125: 10-11
• López Valdés, Pablo 1966 La Rueda en Mesoamérica. Cuadernos Americanos, Vol. 145 (2): 137-144
• Stirling, Matthews W. 1940 Great Stone Faces of the Mexican Jungle. The National Geographic Magazine, Vol. 78 (3): 309-334
• (Do.) 1962 Wheeled toys from Tres Zapotes, Veracruz. Amerindia, Prehistoria y Etnologia del Nuevo Mundo, No. 1: 43-49
• Stocker, Ferry, Barbara Jackson, and Harold Riffell 1986 Wheeled Figurines from Tula, Hidalgo, Mexico. Mexicon, Vol. 8 (4): 69-73
• Smith, Michael, E. 1987 Archaeology and the Aztec Economy: The Social Scientific Use of Archaeological Data. Social Science History, vol. 11 (3): 237-259
• Winning, Hasso von 1950 Animal figurines on wheels from ancient Mexico. The Masterkey, Vol. 24 (5): 154 - 159
• (Do.) 1960 Further Examples of figurines on wheels from Mexico. Ethnos 2: 63-72.
Mexicolore contributor Javier Urcid