Reproducimos aquí el último capítulo del libro La educación de los aztecas de Fernando Díaz Infante, con el subtítulo ‘La educación del hombre y de la mujer: semejanzas y diferencias’.
‘Si el hombre se dedicaba a la pesca, a la agricultura, al hacer leña, a la guerra, al sacerdocio, al gobierno, etc., la mujer cocinaba las viandas, ayudaba en la cosecha, prendía el fogón del hogar, tejían atuendos resistentes para que el guerrero nunca anduviera en andrajos, llevaba las ofrendas a los sacerdotes, barría los templos y los palacios. Ambos eran consecutores. Si el hombre era el constructor, a la mujer le correspondía el mantenimiento de la obra creada. Si él era alfarero, ella le daba uso a las ollas; si él era agricultor, ella vendía la cosecha en los tianguis; si él tenía que salir al campo de guerra, ella cuidaba de la casa; si ella confeccionaba los atuendos, él los portaba con dignidad, los lucía y enseñaba a los hijos el valor del atuendo hecho por la madre; si era la madre que amantaba, eran los hombres, adultos o pequeños los que acarreaban agua y le recolectaban los comestibles necesarios para las viandas.
‘El hombre, por el medio en que se desarrollaba, por participar más en la vida religiosa y cívica, tenía seguramente mayores conocimientos y oportunidades que la mujer; sin embargo, ésta jamás permanecía en la ignorancia o en la inactividad. Y si él era la fuerza física ella era la fuerza moral. Complementándose ambos cubrían el aspecto dual de la pareja divina Ometecuhtli-Omecíhuatl, y por ello se sabían Señor y Señora del hogar, Señor y Señora en los menesteres de la tierra.’
Fotos de Ian Mursell/Mexicolore
Fuente: La educación de los aztecas, Fernando Díaz Infante, Panorama Editorial, México DF, 1992.