10th Apr 2023
Mexicolore contributor Ignacio de la Garza
Le agradecemos sinceramente a Ignacio de la Garza Gálvez por este artículo introductorio sobre el Mictlan, destino final para la mayoría de ciudadanos mexicas. Ignacio de la Garza es licenciado en historia (UNAM) y maestro en Estudios Mesoamericanos (UNAM). Profesor de las asignaturas Literatura Prehispánica 1 y 2 y Literatura y Cultura Popular indígena, en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente estudiando el doctorado en historia.
Los antiguos nahuas creían que la muerte no era el final de la existencia sino un momento de transformación. La humanidad había sido creada por los dioses para trabajar y el estar muerto no era ningún pretexto para dejar de hacerlo. La manera de morir definiría el sitio al que cada individuo iría para comenzar a transformarse y desempeñar sus nuevos roles y esta, a su vez, dependía de la decisión de los dioses, influenciada por los méritos que había logrado la persona en cuestión ante las divinidades y la sociedad. Cada vida, además, se encontraba condicionada por las deidades y sus influencias que dejaban en el mundo cuando pasaban por este.
Eran varios los sitios en los que moraban los dioses y a los que los difuntos acudirían para unírseles y seguir trabajando. Aquellos elegidos por el Sol (muriendo en batalla, en sacrificio, en primer parto o en expedición comercial) o por las deidades de la tierra y el agua (muriendo por enfermedades consideradas acuáticas, ahogados por causa de entidades relacionadas a dichas deidades, accidentados en cerros o fulminados por rayos) irían, respectivamente, a Tonatiuh ichan, “la casa del Sol” o al Tlalocan, “el lugar del Tlaloc”, en donde, a pesar de sus trabajos, existirían de manera placentera.
Los suicidas llegarían al llamado Cincalco, “en la casa del maíz” donde habitaba Huémac; aquellos infantes que no habían aun sido destetados irían al Chichihualcuauhco, “el lugar del árbol con senos” donde eran nutridos hasta que pudieran volver a ser enviados a nacer en la tierra; finalmente, para toda las demás personas, se encontraba el Mictlan, “el lugar de los muertos”, el cual era concebido como un sitio misterioso donde habitaban los antepasados y la gente estaba “como escondida”, en un ambiente oscuro del cual no se podía saber casi nada pero, aún así, del cual se habló mucho y que en muchos pueblos y entre diversas gentes pareciera seguir existiendo ecos de aquella antigua tradición. Estos sitios, si bien diferenciados en las crónicas e informantes coloniales, no parece que estuvieran tan separados entre sí, siendo muchas veces descritos de maneras similares o confundiéndose entre sí y manteniendo una estrecha relación entre ellos y el mundo de los vivos (Véase De la Garza, 2017).
Mictlan, “el lugar de los muertos”
El lugar al que más probablemente iría cualquier individuo, al menos aquellos que no habían sido elegidos por los dioses, sería el Mictlan, “el lugar de los muertos”. Todos aquellos que murieran de viejos o de enfermedad común (o no vinculada con algún dios en específico), irían a dicho sitio (es muy probable que los accidentados fueran al Tlalocan). Algunos autores, como Michel Graulich y Alfredo López Austin, proponen que todos los individuos tendrían que pasar por el Mictlan, donde se irían “destruyendo” para quedar tan solo los huesos/semilla que se utilizarían para ser reutilizados, en tanto que algunos, los destinados a los otros lugares, saldrían de ahí para transformarse de acuerdo al sitio (Graulich, 1990: 120-125, 291-292; López Austin, 1994: 168, 219-222; Ragot, 2000: 43).
En los textos antiguos, habían varias maneras en que los nahuas aludían a la muerte como un sitio en específico. Así, encontramos los términos tocenchan, “nuestra casa única”; Tocenpopolihuiyan, “el lugar común al que iremos a perdernos”; Quenamican o Quenonamican, “donde se existe de alguna manera” o “el lugar donde de alguna manera uno se encuentra”; Huilohuayan, “el lugar al que todos vamos”; Xi”ohuayan, “el lugar de los descarnados”, Mictlantli, “el lugar de los dañados”, Yohua ichan, “casa de oscuridad”; yohualli ichan, “casa de la noche”; Apochquiahuayocan, atlecallocan, “lugar sin chimenea, sin casas”.
Morir era entrar en lo desconocido, en la oscuridad. Se decía de quienes ya habían fallecido que “nuestro señor los ha puesto y escondido, y ausentado de este mundo” (Sahagún, 2006: L. VI, C. 21, 356). Además, era un sitio donde ya no serían vistos más quienes fueran allá:
‘Y los viejos de adonde ellos vienen, que ya son difuntos, que vivieron en este mundo algunos pocos días, los viejos y viejas que ya están en su recogimiento en la cueva, y en el agua, en el infierno, donde están descansando, y no se acuerdan de lo que acá pasa, porque fueron para nunca más volver, ni tarde ni temprano nunca más los veremos, pluguiera a dios que esto aconteciere en su presencia, para que oyéredes las palabras de vuestra salutación de su boca’ (Sahagún, 2006: L. VI, C. 24, 367).
A su vez, los que allá existieran tampoco sabrían lo que ocurría entre los vivos:
’Ellos ignoran lo que en su ausencia se hace, porque ya están en recogimiento y encerramiento que nuestro señor los puso, ya son idos a reposar a la casa, donde todos hemos de ir, que está sin luz y sin ventanas, que ya están dando descanso a su dios y padre de todos nosotros, que es el dios del infierno Mictlantecutli’ (Sahagún, 2006: L. VI, C. 27, 375).
A menos, claro, que fueran los dioses, mismos que allá habitaban y determinaban el destino de la humanidad (Sahagún, 2006: L. VI, C. 3, 304), como declaraban los informantes de Sahagún en varios huehuetlahtolli [“la palabra vieja / la palabra de los viejos”. Estos eran discursos que dirigían frecuentemente los nahuas para aconsejar y moralizar a las personas en las distintas situaciones sociales que pudieran darse, como al llegar un joven a la madurez, en matrimonios, al elegir un gobernante, desear un buen viaje a los comerciantes y, básicamente, en cualquier momento], quienes sabrían de los actos y las transgresiones de la gente allá, “en el infierno” (Sahagún, 2006: L. VI, C. 1, 300-301).
Sin embargo, los sabios y los nahuales podían conocer lo que ocurría en el Mictlan: “cemanaoac tlauia tepan mictlan onmati”, “Él ilumina el mundo para la gente; conoce el Mictlan” (Sahagún, 1577: L X, C. 8: tlamatini). Incluso, estos individuos podrían visitar dichos sitios de alguna manera, como aseguraban los quichés de su antiguo gobernante Q’ukumatz, de quien se decía visitaba el Xibalbá, lugar semejante al Mictlan en la concepción de los antiguos mayas quichés:
’De verdad que llegó a ser prodigioso el Señor Q’ukumatz:
por siete días subía al cielo,
por otros siete días iba a estar en Xibalba;’ (Colop, 2008: 198).
Muy probablemente, estas visitas y conocimiento del Mictlan se habría realizado a través de prácticas como el nahualismo o a través de los sueños. En tiempos recientes, el antropólogo Timothy Knab documentó las prácticas de los curanderos nahuas de San Miguel Tzinacapan, en la Sierra de Puebla, México, quienes a través de los sueños viajaban al inframundo y se entrenaban para poder actuar en dicho ámbito y recordar sus experiencias (Véase Knab, 1991).
El Mictlan habría sido creado por los dioses en el mismo momento de la creación del mundo, cuando fue creada la tierra, el agua, el tiempo, el espacio, un medio sol, el fuego y la primera humanidad. Dice La historia de los mexicanos por sus pinturas que “Hicieron a Mictlantecutli y a Mictecacihuatl, marido y mujer y éstos eran dioses del infierno, y los pusieron allá” (Garibay, 2005: 25). Todo lo que fue creado en ese momento primigenio fue hecho al mismo tiempo o, como dice el mismo texto, “Todo lo susodicho fue fecho y criado sin que en ello pongan cuenta de año, sino que fue junto y sin diferencia de tiempo” (Garibay, 2005: 27). Este es un detalle importante, ya que la muerte va a estar íntimamente relacionada con todos esos elementos creados. Debido a lo anterior, vemos frecuentemente en las representaciones de la tierra una referencia a la muerte, misma sin la cual, en la concepción de los antiguos nahuas, no podría existir esta, ni la vida, ni el tiempo ni la humanidad. Así nos encontramos maravillosas piezas como la Coatlicue que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México.
En los mitos, la tierra es retratada como una criatura ofidia, muchas veces con bocas, garras y ojos en todas partes, mismas que la escultura tiene. Al centro, el cráneo representa la muerte y, por tanto, al Mictlan, que se encuentra al interior de la tierra. La asociación entre Mictlan y tierra es muy importante, ya que, aún hoy en día, se dice que “Nosotros comemos la tierra, y la tierra nos come a nosotros” (Good, 1996: 284). Además, a través de cuevas, manantiales y demás cavidades terrestres, se abre el camino hacia las regiones de los difuntos. Así, por ejemplo, se contaba que había en Chapultepec donde existía una cueva que comunicaba con Cincalco y otros sitios La entrada se podía hallar “en un lugar que llaman Atlixucan, donde dicen los viejos que todas las noches de esta vida salía una phantasma y se llevaba un hombre, el primero que topaba, el qual nunca mas parecía” (Durán, 2002: TI, 564). Por esta misma cueva, los mensajeros de Motecuihzoma podían llegar al Cincalco. Estos mensajeros “Fueron y entraron en la cueva de Cincalco y hallaron cuatro caminos. Convinieron todos por un camino abajo” (Tezozomoc, 2018: 505). En el Popol Vuh, de los mayas quichés, también existe esta creencia de los caminos que llevan al Xibalbá:
‘Enseguida llegaron donde se encontraban cuatro caminos
y allí sí fueron vencidos, donde se entrecruzan los cuatro caminos:
un camino era rojo
los otros eran un camino negro,
un camino blanco;
y el otro un camino amarillo.
Eran cuatro caminos.
Entonces habló el camino negro:
A mí deben segurime
yo soy el camino hacia los Señores, dijo el camino.
Allí pues comenzó su derrota,
al tomar el camino de Xibalbá’ (Colop, 2008: 68).
Se ha construido la imagen que tenemos del Mictlan como un sitio por el cual hay que atravesar una serie de pruebas, sobre todo por una lámina del Códice Vaticano Ríos, que muestra los distintos “niveles” del sitio.
Tlalticpac, “sobre la tierra”
Apano huaya [Apanohuayan], “donde se cruza el agua”
Tepetl monamicyan [Tepetl monamiquian], “donde la montaña se encuentra”
Yztepetl [Iztepetl], “Cerro de obsidiana”
Yee hecaya [Itzehecayan] “lugar del viento de obsidiana”
Pacuecue Tlacayá [Pancuecue tlacayan], “donde los hombres revolotean como banderas”
Temimina loya [Temiminaloyan], “donde se le echan flechas a la gente”
Teocoylqualoya [Teyolocualoyan], “Donde son comidos los corazones”
yzmictlan Apochcaloca [Itzmictlan apochcalocan], “lugar de los muertos por obsidiana donde esta la casa que humea agua”.
Los informantes de Sahagún, por su parte, mencionaban una serie de “pasos” (no pruebas), por los que tendría que pasar la persona fallecida. Estos se le mencionaban al difunto cuando se preparaba su cuerpo:
’Veis aquí con que habéis de pasar en medio de dos sierras que están encontrándose una con otra; y más le daban al difunto otros papeles, diciéndole: Veis aquí con que habéis de pasar el camino donde está una culebra guardando el camino. Y más daban otros papeles diciendo: Veis aquí con que habéis de pasar a donde está la lagartija verde, que se dice xochitonal; y más decían al difunto: Veis aquí con que habéis de pasar ocho páramos; y más daban otros papeles diciendo: véis aquí con que habéis de pasar ocho collados; y más decían al difunto: Veis aquí con que habéis de pasar el viento de navajas, que se llama itzehecayan, porque el viento era tan recio que llevaba las piedras y pedazos de navajas […]’ (Sahagún, 2006: L.III, Ap. C. 1, 206).
Sin embargo, más que pruebas estos sitios solo estarían presentes en el Mictlan, serían parte de su geografía. Las imágenes prehispánicas que podemos suponer nos muestran aquella región, no parecen corresponder con pasos sino lugares que se hayan distribuidas en la tierra de los muertos, si bien llegan a tener elementos mencionados por los informantes de Sahagún.
A su vez, estas imágenes tienen similitudes con aquellas de la tierra, donde podemos ver los pedernales/dientes, garras, cráneos, criaturas y bichos terrestres y representaciones de cráneos, o manos, pies y corazones.
En la Sierra norte de Puebla, a través de las informaciones realizadas por los curanderos, quienes a través de los sueños (y de entrenarse para recordar y controlarse) viajan al Talokcan, un lugar similar al Mictlan, donde así como en aquel existen elementos que vienen en grupos, por ejemplo de nueve u ocho, (los ocho collados, los ocho páramos, los nueve ríos, etcétera), en el Talocan se presentan en grupos de 14. Allá en el Talocan están distribuidos por todo el inframundo, sin ubicación fija, y más bien funcionan como referencias a partir de las cuales orientarse en un mundo cambiante (Knab, 1991). De igual manera, el Mictlan podría haber funcionado, ya que se consideraba ser un lugar de misterio y oscuridad del que poco se podía decir con certeza.
Para los vivos, el Mictlan resulta ser un lugar muy hostil: “los cuchillos de obsidiana son llevados por el viento”, así como la arena, los árboles y los pedernales. Existen plantas, pero estas son espinosas, cactus, agaves y arbustos espinosos (Sahagún, 1997: 177-178).
Además, todo lo que no se come sobre la tierra es devorado allá:
’Todo lo que no es comido en la tierra es comido allá en el Mictlan, y se decía que no se comía nada más, y había gran carencia en el Mictlan”. Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl comían pies, manos y un fétido estofado de escarabajo; beben pus usando cráneos como vasos. Los tamales apestan a escarabajos malolientes; se comen corazones y hierbas espinosas’ (Sahagún, 1997: 177).
Esto no quiere decir que el Mictla fuera un lugar y terrible, al menos no para los muertos. Más bien, era un lugar de inversión. Así, los animales salvajes son las mascotas, los cráneos era usados como vasos, los malos olores y sabores era apreciados (Ragot, 2000: 104-106). Esto debido a que lo podrido en la tierra fuera consumido allá. Probablemente, los mictecah (la gente del Mictlan), habría considerado desagradable a su paladar las comidas calientes y preparadas del mundo de los vivos). También, siguiendo la imagen que tiene Xibalbá en el Popol Vuh, los habitantes podrían apreciar de pronto espectáculos y tendrían sus diversiones (como cuando bajan los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué a entretener a los señores).
Los mictecah, la gente del lugar de los muertos, eran concebidos como seres deformes o descarnados, pero también algunas criaturas que podían estar en la tierra, como los búhos, tecolotes y un ave llamada oactli. Estos seres, además de trabajar en su mundo, también se comunicarían con el mundo de los vivos, llevando anuncios de muerte y enfermedad o del porvenir. En México, en la actualidad, se sigue diciendo “cuando el búho canta, el indio muere”.
También, existían otros seres que tenían un estrecho vínculo con el Mictlan y que podían habitar allá y en la tierra: los perros. Estos animales acompañarían al difunto en su viaje hasta llegar ante Mictlantecuhtli. De acuerdo a la mitología, el nahual de Quetzalcoatl, Xolotl, había acompañado al dios en su viaje por el Mictlan para recuperar los huesos con los que habría de crear a una nueva humanidad. Tras fracasar en su intento de llevárselos para siempre, los dioses tuvieron que acceder a devolver los huesos después de usarlos. Xolotl, el perro, se encargaría de cumplir con esta parte del trato.
Sin embargo, no cualquier perro sería útil o estaría dispuesto a ayudar: aquellos perros maltratados por el individuo en cuestión se negarían. También, habría que pasar un río a nado ayudados por el perro. Si el perro era blanco o negro se negaría a ayudar, ya que diría el primero “yo me lavé” en tanto que el segundo “yo me he manchado de color prieto y por eso no puedo pasaros” (Sahagún, 2006: L. III, Ap., C. 2, 207-208). Es por lo anterior que se requería de un perro color bermejo.
Además de sus trabajos en el inframundo, el perro también podía ver a los seres que ya habían fallecido. Incluso, cuentan varias tradiciones orales en México, que si uno se pone las lagañas del perro en los ojos, podrá ver a los muertos (cabe señalar que es muy frecuente que quienes lo hacen, de acuerdo a los relatos, mueren de “espanto”, es decir, de que su alma o entidades anímicas se salen debido a la impresión causada).
De acuerdo a los informantes de Sahagún, después de que los individuos, acompañados del perro, llegaban ante Mictlantecuhtli y al lugar conocido como Chiconauhmictlan (Mictlan-nueve), “así en este lugar del infierno que se llama Chiconaumictlan, se acababan y fenecían los difuntos” (Sahagún, 2006: L. III, Ap., C. 1, 207). Lo más probable es que se perdiera la individualidad del individuo, por lo cual se consideraba que este finalmente moría, aunque seguiría existiendo bajo nueva forma, ya fuera como descarnado, ave, insecto, animal vinculado a la tierra, y quizá plantas, que continuaría su trabajo en el mundo.
Sin embargo, a través del recuerdo, por ejemplo, de los cantos, o de las fiestas a los muertos, en tanto se evocara el nombre y las hazañas de los individuos, estos seguirían viviendo de alguna manera. No por nada, se decía que el Mictlan era el sitio “donde de alguna manera uno se encuentra”.
Referencias:
Códice Borgia. [En línea]. FAMSI: FAMSI - Akademische Druck - u. Verlagsanstalt - Graz - Codex Borgia
Códice Laud. [En línea]. FAMSI. FAMSI - Akademische Druck - u. Verlagsanstalt - Graz - Codex Laud
Códice Vaticano A 3738 (Códice Ríos). [En línea] FAMSI: famsi.org/spanish/research/graz/vaticanus3738/index.html
Colop, Sam [Ed.]. Popol Wuj. Guatemala: Cholsamaj, 2008
De la Garza Gálvez, Ignacio. “Los muertos de la tierra: los difuntos destinados al Mictlán y al Tlalocan” en Vita Brevis. Revista electrónica de estudios de la muerte. Año 6, Núm. 11, julio-diciembre de 2017, p. 174-192
https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/issue:1240
Durán, Diego. Historia de las indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme. México: CONACULTA, 2002, 2T
Garibay, Ángel María. Teogonía e historia de los mexicanos: tres opúsculos del siglo XVI. México: Porrúa, 2005
Good Eshelman, Catherine. 1996. «El Trabajo De Los Muertos En La Sierra De Guerrero». Estudios De Cultura Náhuatl 26 (diciembre):275-87. https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/article/view/77981.
Graulich, Michel. Mitos y rituales del México antiguo. Madrid: Ediciones Istmo, 1990
Knab, Tim J. “Geografía del inframundo” en Estudios de Cultura Náhuatl. México: Universidad Nacional Autónoma de México – Instituto de Investigaciones Históricas, 1991, núm. 21, p. 31-57
López Austin, Alfredo. Tamoanchan y Tlalocan. México: Fondo de Cultura Económica, 1994
Ragot, Nathalie. Les au-delás aztéques. Paris: Monographs in American Arqueology 7, 2000
Sahagún, fray Bernardino de. Historia General de las Cosas de la Nueva España: México: Porrúa, 2006
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Tezozomoc, Alvarado. Crónica Mexicana. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2018. http://www.cervantesvirtual.com/obra/cronica-mexicana-escrita-hacia-el-ano-de-1598-929707/.
Fuentes de las imágenes: véase la versión en inglés.
Mexicolore contributor Ignacio de la Garza